Mi nombre es Arturo Nogués Palacios. Nací en Barcelona en 1882. Soy periodista y en 1909 tuve la oportunidad de seguir a las tropas españolas durante la campaña de Melilla. Lo que aquí voy a contar no es fruto de mi imaginación ni de mi fantasía, sino que está basado en todo lo que vi, oí y sentí durante aquellos meses. No puedo decir que en algunos pasajes de este relato evite la pasión de los detalles y la emoción de los recuerdos. Pues quien ha vivido la tensión y el miedo del combate no puede reprimir sus sentimientos.
Siempre fui un entusiasta de nuestro Ejército, mi padre fue oficial de la Escala de Reserva, y yo mismo intenté ingresar en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, pero no pude pasar el cursillo preparatorio. Tras aquel fracaso decidí que cambiaría la pluma por la espada y en esas lides conseguí una plaza en la revista Nuevo Mundo, ya que mi pobre padre conocía a don José del Perojo desde que un día en Cuba defendió su casa de los insurrectos.
Mis inicios en la revista fueron muy humildes y me dedicaba a artículos de poca monta, de los que aparecían en las últimas páginas. Pero un día, a finales de 1907 se me encomendó la tarea de cubrir un concurso de globos aerostáticos acompañando al ya célebre fotógrafo don José Luis Demaría López, al que todos conocían como Campúa.
Yo estaba realmente disgustado porque pensaba que mis cualidades como escritor no eran valoradas por mis superiores. Ya tenía 25 años y no parecía que mi futuro fuera a florecer, más bien al contrario, mi sueldo se había visto reducido por los recortes del año anterior y apenas ganaba 2.000 pesetas con las que pasaba serios apuros para pagar el alquiler y poder sacar adelante a mi familia.
Desde 1904, año en el que el fotógrafo había comenzado a trabajar para la revista, no me había dirigido la palabra. Sus reportajes siempre tenían una categoría con la que yo aún no me codeaba. Cuando empezó en Nuevo Mundo ya era un retratista conocido, se decía que incluso tenía amistad con el rey Alfonso XIII.
Era mayor que yo, a punto de cumplir los 40, de pelo oscuro que peinaba hacia atrás no dejando que escapara un solo mechón a la disciplina de su estilo engominado. Adornaba las camisas con una pajarita, que normalmente era de color azul celeste y que destacaba sobre el cuello, sobresaliendo incluso por el de la chaqueta. Gustaba de lucir chaleco en el mismo color que el resto del traje. Vestía ropa cara, de los mejores modistos de Madrid, nada que ver con mi humilde traje de trabajo, al que mi pobre esposa trataba de mejorar para que no se apreciaran ni el desgaste ni los remiendos. No era amigo de sombreros, a pesar de su elegancia, ya que éstos, podían alterar su maniático peinado.....
¡¡¡PRÓXIMA PUBLICACIÓN EN ENERO!!!
Guerra te daba yo, aunque fuera en blanco y negro. ¿Estás casado?
La verdad es que tiene buena pinta. Que poco se conoce de esa guerra, que fue el inicio de toda la experiencia de España en Marruecos.