Enric Prat de la Riba
La historiografía hacía mucho por fomentar el particularismo y la victimización de Cataluña con respecto a Castilla. Un ejemplo es la adquisición de la tradicional señera, que ostentaban en su escudo los reyes de la Corona de Aragón, como bandera para Cataluña. Otro es Els Segadors, cuya procedencia es una copla popular, ésta fue recogida por el historiador y filólogo Manuel Milá y Fontanals, que recopiló poesías y romances catalanes en su libro publicado en 1882 Romancerillo Catalán, Manuel Milá la tituló en castellano La guerra de los segadores[i], siendo su letra original un repaso a los acontecimientos del inicio del conflicto con multitud de referencias de tipo religioso y haciendo referencias a Felipe IV como “El Rey nuestro señor”. En 1899 la letra fue modificada completamente por Emili Guanyavetns, un tipógrafo de ideología anarquista que escribía en el semanario La Tramontana. Este se presentó a un concurso convocado por la Unió Catalanista. El texto de Guanyavents quedó ganador, aunque no exento de polémica, dado lo revolucionario de la letra. Los versos son claramente agresivos y poco tienen que ver con los publicados por Manuel Milá.
En 1886 se añadió la conmemoración del 11 de septiembre de 1714, día de la caída de Barcelona y lo que quedaba de las tropas austracistas: 8 regimientos de Infantería, de los cuales había uno de castellanos, otro de navarros, otro de alemanes y otro de valencianos. Además de 6 regimientos de Caballería de diversa procedencia y unidades de Miguelets catalanes y valencianos. Las tropas austracistas eran comandadas por el general Villarroel, que, aunque había nacido en Barcelona por casualidad (estando su padre allí destinado), no era catalán. Villarroel además había servido en los ejércitos borbónicos de Felipe V hasta 1711, año en que se cambió de bando. La heroicidad de la resistencia de la Ciudad Condal fue reivindicada por los historiadores de corte romántico, pero conscientes del contexto de la guerra y de la realidad de las reivindicaciones del Principado en ese conflicto. El centralismo promulgado por Felipe V en 1707 homogeneizando la legislación (con excepción de la eclesiástica) y anulando los fueros, fue determinante para la alineación bajo el bando austracista de los que pretendían continuar con la leyes antiguas respetadas por todos los monarcas desde la unificación de la corona hispánica:
[…] "así por esto como por mi deseo de reducir todos mis reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla tan loables y plausibles en todo el Universo, abolir y derogar enteramente como desde luego doy por abolidos y derogados todos los referidos fueros y privilegios, prácticas y costumbres hasta aquí observadas en los referidos reinos de Aragón y Valencia siendo mi voluntad que éstos se reduzcan a las leyes de Castilla y al uso, práctica y forma de gobierno que se tiene y se ha tenido en ella en sus tribunales, sin diferencia alguna en nada, pudiendo obtener por esta razón igualmente mis fidelísimos vasallos los castellanos, oficios y empleos en Aragón y Valencia de la misma manera que los aragoneses y valencianos han de poder en adelante gozarlos en Castilla sin ninguna distinción, facilitando Yo por este medio a los castellanos motivos para que acrediten de nuevo los afectos de mi gratitud, dispensando en ellos los mayores favores y gracias tan merecidas de su experimentada y acusada fidelidad y dando a los aragoneses y valencianos reciproca e igualmente mayores pruebas de mi benignidad, habilitándoles para lo que no lo estaban en medio de la gran libertad de los fueros de que gozaban antes y ahora quedan abolidos"[ii].
Los decretos de nueva planta serían utilizados por el catalanismo más radical para hacer una particular lectura de la Guerra de Sucesión española. Sin embargo, los historiadores de finales del siglo xix, a pesar de estar barnizados por la capa del romanticismo, no se atrevían a llegar a las deducciones de algunos autores posteriores. En 1878, José Coroleu y José Pella y Forgas, ambos abogados e historiadores recogieron en un volumen titulado Los Fueros de Cataluña el resultado de su investigación sobre los fueros medievales en un formato de ensayo histórico jurídico. En él reconocían que el derecho particular catalán, “se llamaba propiamente Fueros de Aragón, Valencia y Mallorca”[iii]. En cuanto a 1714 y su famoso 11 de septiembre escribían:
"El sacrificio de las milicias gremiales iba a completarse, a caer el desesperado esfuerzo de cuantos españoles en ella se habían refugiado, como en el último baluarte de las antiguas libertades de la península; fin a la independencia nacional de una raza en otros tiempos indomable, lanzando con los últimos alientos de su vida su testamento político en digna y solemne justificación de su historia y protesta de su conducta para los venideros siglos de forma sublime":
"Ahora oíd lo que se hace saber a todo el mundo: que atendida la deplorable infidelidad de Barcelona en la cual reside la libertad de todo el Principado y de toda España está a pique de sumirse en eterna esclavitud por el injusto encono de las armas gali-spanas, esclavitud cierta y forzosa, explica declara y protesta a los presentes y da testimonio a los venideros el pueblo catalán, de haber ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, y protesta así mismo de todos los males ruinas y desolaciones que sobrecargan a nuestra común y afligida patria y del exterminio de todos los honores y privilegios quedando esclavos con los demás engañados españoles y todos en esclavitud del dominio francés"[iv].
El bando de Rafael Casanova, Conseller en Cap de la ciudad de Barcelona y máxima autoridad militar y política de lo que quedaba del Principado, finalizaba en un éxtasis de exhortación para morir peleando, diciendo:
"Pero como todo se confía, que todos como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a las luchas señaladas, a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida, por nuestro Rey, por nuestro honor, por la patria y por la libertad de toda España"[v].
Contextualizando, Casanova hacía una llamada desesperada a continuar resistiendo, tras un año de durísimo asedio en una ciudad donde se refugiaban los últimos austracistas de toda España. Barcelona pues era el último baluarte de una horrorosa guerra civil que se saldaría con decenas de miles de muertos y con pérdidas territoriales y económicas muy sangrantes para el reino.
Se establecía también La Sardana en 1892, danza tradicional que se bailaba en algunas comarcas de Gerona y que había sido modificado y adaptado completamente por el jienense José María Ventura Casas a mediados del siglo xix. Por último, los Castells, una expresión cultural que se practicaba en el Camp de Tarragona.
La escisión entre catalanistas acabó prácticamente con el Centre Catalá, que había fundado el federalista Valentí Almirall, pues a partir de ese momento sería la Lliga la que asumiría la hegemonía del catalanismo político. José Torras y Bages, que sería obispo de Vich, escribió un grueso volumen titulado La Tradició Catalana, que trataba de dar respuesta al regionalismo federalista del libro de Almirall El Calanismo.
Torras mostraba un corte antiliberal y tenía una concepción del regionalismo como un ente natural. Mencionaba el presbítero catalanista la división provincial de 1833: “La división de España en 49 provincias fue como una sentencia de muerte civil para aquellos reinos sacrificados no a la unidad nacional, que ya de siglos existía, sino al rencor sectario contra todo lo antiguo”[vi]. El que llegaría a obispo de Vich rechazaba de pleno la idea de la revolución liberal:
"Nos parece haber oído decir que España se despertó en el año 1812, allá en las Cortes de Cádiz, y la metáfora nos parece muy exacta, más quizá de lo que presumían los que la inventaron. Aquella gente (que sabía muy bien lo que hacía) se encontró en un mundo nuevo, sin conciencia del lugar o nación en la que estaban, ni conocimiento de la sociedad para la que legislaban, como aquel que se alza con el corazón adormecido; se enamoraron de la superficialísima idea de la uniformidad […] La Revolución es la negación del derecho histórico, es decir, del verdadero derecho humano, y como las legislaciones forales o los derechos de las diferentes regiones, son esencialmente históricas […] de aquí viene la verdadera antítesis entre Revolución y Regionalismo"[vii].
Las referencias a la raza comenzaban a hacerse notar. Almirall ya mencionaba las razas castellana o catalana. Torras iría aún varios pasos hacia adelante al respecto:
"El conjunto de principios emanados del concepto revolucionario, formando un sistema dirigido a la gobernación de los hombres y a la constitución social, es denominado generalmente Liberalismo. […], nuestra raza, de inteligencia privilegiadísima, que tuvo la racionalidad suficiente para no dejarse engañar del error en la forma religiosa y metafísica de la invasión protestante; en el orden político y práctico […], nos fijaremos en la idea de la absoluta incompatibilidad entre el liberalismo y el regionalismo. […] Cesarismo y liberalismo son lo mismo en esencia".
Según Torras, el liberalismo y el regionalismo son incompatibles. “En las nuevas generaciones los hombres se desligan de todo, sin depender de nadie, desapareciendo todo derecho histórico y en consecuencia, todo derecho”. Sobre el regionalismo, afirmaba que no es un sistema, que no ha tenido un autor legal, ya que es propio de la naturaleza creada por Dios. Por último, se reafirmaba en que: “La forma regional es la adecuada a la libertad cristiana”[viii].
Del cisma mencionado entre conservadores y federalistas de izquierda, fueron los primeros los vencedores. El grupo de jóvenes universitarios fueron poco a poco ejerciendo la hegemonía y generando la doctrina de lo que sería la transformación del regionalismo en nacionalismo, es decir, de la negación de España como nación. Algo que no había sido cuestionado por Almirall ni por los primeros catalanistas.
En el año 1890 se fundó el semanario La Veu de Catalunya, que sería fundamental en la expansión de las ideas del regionalismo. En 1892 se creaba la Unió Catalanista a propuesta de los miembros de la Lliga de Catalunya.
La Unió Catalanista tendría su primera asamblea en marzo de 1892 en Manresa. Asistieron 250 delegados que representaban a más de un centenar de poblaciones catalanas. En este evento se aprobaron las conocidas como Bases de Manresa, consideradas como los fundamentos del catalanismo, y en cierto modo mitificadas en la actualidad por el nacionalismo de tercera generación. El documento firmado por Prat de la Riba y Josep Soler se componía de 16 bases. En ellas se daba al catalán la oficialidad única en Cataluña, incluso en las relaciones de la región con el Estado. Se daban en exclusividad a los catalanes los cargos militares que comportaran jurisdicción y la contribución catalana al Ejército y la Armada se haría mediante voluntarios o por redención en metálico, estando estos destinados en el cuerpo de ejército que correspondiera a Cataluña[ix]. Las Bases de Manresa fueron consideradas por los federalistas como una versión tradicionalista del catalanismo.
El inicio del catalanismo, en cualquier caso, fue minoritario. Convirtiéndose en un movimiento conservador seguido por evolución de algunos tradicionalistas ultracatólicos y el impulso de algunos universitarios de buena familia, que aportaban el empuje que proporciona la frescura de la juventud.
La frustración de los regionalistas de procedencia federalista se puede apreciar leyendo a Almirall en el prólogo de la reedición de 1902 en castellano de su libro El Catalanismo de 1886, dos años antes de su muerte, el veterano escritor criticaba abiertamente al movimiento catalanista de ese momento, ya que consideraba que se había convertido en algo nocivo y liderado por el odio.
Almirall llevaba en 1902 varios años apartado de la vida pública y “con un pie en el estribo”, decidía editar en castellano sus obras y escritos políticos y literarios que:
[…]quizá aparecerán trasnochados y pasados de moda y aún ridículos a esta generación de catalanistas que a fuerza de exageraciones patrioteras ha llegado a descubrir, que, como los antiguos griegos, pero sin tener los fundamentos que estos tenían, ha de declarar bárbaros a los no catalanes, y aún a los que no piensan, hablan, ni rezan como ellos, aunque hayan nacido en Cataluña. […] volvemos a publicarlos, y lo hemos puesto en la lengua más general de la nación de que formamos parte, […] Fuimos los primeros en pregonar y propagar las excelencias del Regionalismo en general y las ventajas que del mismo podría reportar nuestra patria catalana, […] nada tenemos en común con el Catalanismo o Regionalismo al uso, que pretende sintetizar sus deseos y aspiraciones en un canto de odio y fanatismo, resucitado o medio resucitado de un periodo anormal y funesto de la historia de nuestras disensiones. […] siempre hemos visto y pregonado en el Regionalismo federalista la particular de ser el sistema de organización que mejor se ha de adaptar a las regiones de España en general, […] poder simultáneamente trabajar en pro de nuestra región y de la nación de que formamos parte, contribuyendo con ello además a la general mejora y al progreso humano. […] El odio y el fanatismo solo pueden dar frutos de destrucción y tiranía; jamás de unión ni concordia. […] Jamás hemos entonado ni entonaremos Els Segadors, ni usaremos el insulto ni el desprecio para los hijos de ninguna de las regiones de España. Respecto al uso hablado y escrito de nuestra lengua catalana […] Por dignidad, por justicia, pedimos dentro de nuestra región y para los poderes y autoridades que la representan y dirigen, la cooficialidad o la igualdad de derechos entre aquella y la general de España […] Nunca hemos aspirado a imponerla, no ya a ninguna parte de España, pero ni aun a nuestra misma región[x].
El texto es de 1902, pero rebosa radiante actualidad en pleno año 2021. La citación de varios de los pasajes del prólogo de Almirall es fundamental para comprender en que se había convertido el Catalanismo tras el desastre de 1898. Su primer teórico veía como su obra había sido desbordada por el ímpetu de los jóvenes de las dos generaciones posteriores y por la mutación al catalanismo de parte del carlismo de la Cataluña rural. Su idea federal sobre una nación común, la española, se desvanecía.
Referencias: [i](Milá y Fontanals, 1882, pág. 73 y 74) [ii] Decretos de Nueva Planta. Ley I Abolición de los Fueros de los reinos de Aragón y Valencia decretada por Felipe V el 29 de junio de 1707 en virtud del Derecho de conquista [iii](Coroleu & Pella y Forgas, 1878, pág. 3) [iv] Ibid. Pág. 689. [v] Ibid. Pág. 689. [vi] Traducido del catalán en (Torras y Bages, 1892, pág. 127) [vii] Traducido del catalán en (Torras y Bages, 1892, pág. 128) [viii] Traducido del catalán en (Torras y Bages, 1892, pág. 170) [ix][ix] Base 3ª. La lengua catalana será la única que podrá usarse con carácter oficial en Cataluña y en las relaciones de esta región con el poder central. Base 4ª. Sólo los catalanes, tanto los de nacimiento como los que lo sean por naturalización, podrán desempeñar cargos públicos en Cataluña, incluidos los gubernativos y administrativos que dependan del poder central. También deberán ser desempeñados por catalanes los cargos militares que comporten jurisdicción. Base 12ª. Cataluña contribuirá a la formación del ejército permanente de mar y tierra por medio de voluntarios o bien por una compensación en metálico convenida de antemano como antes de 1845. El cuerpo de ejército que corresponda a Cataluña será fijo y a él deberán pertenecer los voluntarios con que contribuya. Se establecerá con organización regional la reserva a la que quedan sujetos todos los muchachos de una edad determinada. Base 13ª. La conservación del orden público y seguridad interior de Cataluña estarán confiadas al Somatén y para el servicio activo permanente se creará un cuerpo parecido al de Mozos de Escuadra o de la Guardia Civil. Todas estas fuerzas dependerán únicamente del poder regional. Obtenido de: http://www.historiacontemporanea.com/pages/bloque5/el-sistema-canovista-y-los-borbones- 18751902/documentos_historicos/las-bases-de-manresa-1892. [x](Almirall, 1902, págs. 5, 6 y 7)
Ver Bibliografía en La Fe del Converso.
Muy interesante, como siempre. Muchas gracias por compartirlo.